Demasiado frecuentemente podemos comprobar cómo nos cansamos con lo que estamos haciendo, como un servicio a la iglesia donde congregamos, por ejemplo, o como nos sentimos fatigados, abrumados por tanto esfuerzo en la vida cotidiana.
Son dos formas demasiado comunes de expresar cansancio, que confluyen en nuestra vida personal y en nuestra actividad como creyentes.
Tan confluentes son, que tienen un denominador absolutamente común: El cansancio siempre es el producto de obrar según nuestras fuerzas!
No es otra cosa que cuando confiamos en los caballos y en los carros de guerra, que en otros tiempos eran la base de los ejércitos enfrentados en batallas.
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Cuando no confiamos en nuestras fuerzas personales, confiamos en los aliados circunstanciales y también en todo aquello que nos puede representar una ayuda para librar la lucha cotidiana.
Estas decisiones representan, por mucho que intentemos disimularlo, un desdén hacia todo lo que se nos ha enseñado con la Palabra de Dios.
Debemos confiar en nuestras propias fuerzas? NO.
Lo hacemos? SI.
Esta es la gran contradicción en la que vivimos, por un lado confiamos en nuestra capacidad personal y por otro, nos declaramos hijos de Dios.
Si verdaderamente hubiéramos asumido la condición de ser los elegidos por el Eterno, nunca deberíamos librar ninguna batalla, pequeña o grande, confiando en nuestra fortaleza.
Por qué? Simplemente por la vanidad que domina nuestra mente y nuestro corazón. Por la soberbia con la que vivimos.
Antes de caer derrotados, aprendamos definitivamente que nada es posible sin el Todopoderoso!
Aprendamos que cada vez que lo olvidamos, estamos desafiando la Majestad de quién nos ha Creado!
Jeremías 46:9
Diego Acosta / Neide Ferreira