Por una u otra razón, quizá algunos de ustedes no estén espiritualmente unidos con su cónyuge. ¡No renuncie a ese objetivo! Dios quiere que usted persevere, que continúe creyendo en la salvación de su cónyuge inconverso y que permanezca en el matrimonio. ¡Quizá usted sea el único Jesús que su cónyuge ve!
El designio perfecto de Dios es que un creyente se case con alguien que le ame y le sirva a Él. El apóstol Pablo nos llama la atencion en 2 Corintios 6:14: «No formen yunta con los incrédulos. ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad?» Algunas veces, por desobedientes, ignoramos la voz del Espíritu Santo y cedemos a nuestros propios deseos.
Quizá algunos ya se han dado cuenta, a menudo se paga un precio muy alto por ignorar la sabiduría de Dios. Pero hay esperanza para aquellos que se hayan desviado de la voluntad divina. Sea que nos apartemos de la voluntad de Dios al buscar a nuestro futuro cónyuge o al tomar decisiones equivocadas en otras áreas de nuestra vida, nuestras acciones tendrán consecuencias. Cuando nos volvemos a Dios arrepentidos, Él es misericordioso y perdonador, pero aun debemos vivir con las consecuencias de decisiones pasadas. Pero, a pesar de nuestras circunstancias, Él nos dará fuerzas y gracia para que vivamos victoriosos.
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Las Escrituras contienen numerosos ejemplos de hombres y mujeres piadosos que fueron desobedientes y tomaron malas decisiones. Consideremos a David, que cometió adulterio con Betsabé. Cuando ella queda embarazada, David hizo que Urías, su marido, fuera muerto en batalla (ver 2 S. 11). Es difícil imaginar que un hombre que amaba tanto a Dios pudiera quedar atrapado en medio de tanta maldad. Esto nos demuestra que ninguno de nosotros es inmune a la influencia del pecado. Natán, el profeta de Dios, confrontó a David con su pecado y cuando éste finalmente se dio cuenta de lo que había hecho, respondió: «¡He pecado contra el SEÑOR!» Sin embargo, el pecado tuvo sus consecuencias y, a pesar de que David oró y ayunó, ese hijo murió. Pero Dios perdonó a David y continuó usándolo; de hecho, pasó a la historia como el rey más poderoso de Israel.
La atmósfera de un matrimonio puede cambiar rápidamente cuando dos que no son creyentes se casan y luego uno de ellos se convierte a Cristo. Consideremos el ejemplo de los reconocidos autores Lee y Leslie Strobel, quienes escribieron Surviving a Spiritual Mismatch in Marriage (Sobreviviendo a la desigualdad espiritual en el matrimonio). Cuando Leslie se hizo creyente, Lee dijo que el matrimonio de cuento de hadas cayó en picada, al menos para él, pues tenía miedo de perder a su esposa por causa de Jesús. Leslie, sabiamente, obedeció el mandamiento que se encuentra en 1 Pedro 3:1: «Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras». Leslie se aseguró de estar atenta a su esposo y a sus necesidades. Aunque ahora habían surgido otros conflictos a causa de su nueva fe, ella se determinó a no predicarle y, en lugar de eso, concentrarse en las actividades que desarrollaban en común. Finalmente, Dios usó a Leslie para conducir a Lee a Cristo.
Los que intentan evangelizar e imponer a Jesús por la fuerza a su cónyuge inconverso es muy posible que encuentren mayor resistencia, y quizá empeoren las cosas. ¿Ha oído alguna vez el dicho: «No hable, actúe»? A veces es mejor mostrar el amor de Jesús a través de nuestras acciones, no sólo por nuestras palabras.
Santiago 5:16 dice: «La oración del justo es poderosa y eficaz». Si lo desea puede llevar un diario de oración, donde anote los pedidos y respuestas a las oraciones por su cónyuge. Aunque sea una persona creyente, su cónyuge necesita apoyo en oración. Usted se sorprenderá al ver cómo Dios oye y responde hasta las peticiones más pequeñas. En última instancia, todos debemos decidir a quién vamos a servir. Y aunque su cónyuge nunca llegue a conocer al Señor, una cosa es segura: al sobrevivir a las tormentas y buscar al Padre con diligencia, ciertamente usted irá siendo más semejante a Jesús.
Dr. James Dobson