Un mensaje de reflexión para todas las mujeres cristianas basado en la carta de Pedro. Primeramente Dios hizo al hombre e hizo a la mujer. Y la mujer fue tomada del costado del hombre, siendo reconocida como parte integral del hombre.
La imagen y semejanza de Dios es tanto para la mujer como para el hombre. La igualdad está por sobre el hombre y la mujer. No existe la inferioridad sobre la mujer ni el menosprecio.
El hombre no es superior a la mujer, ni viceversa. El hombre es cabeza de la mujer, como autoridad y como orden para Dios. Pero no es más que la mujer.
La felicidad y el bienestar espiritual está relacionado a la obediencia a Dios, con lo que el Señor ordena en su palabra.
La mujer se caracteriza por su fragilidad, no significa que sea más debil, sino más fragil. Entonces el hombre conlleva la tarea de proteger a la mujer y no maltratar ni esclavizar. La mujer debe sujetarse al hombre, la cual es la ayuda idónea.
Dentro del matrimonio, cada uno debe cumplir su función. Cada uno debe hacer lo correcto ante Dios, mantiendose en obedicencia a Dios.
La mujer debe asegurarse de estar en obediencia a Dios, con un caracter amable y apacible, mansa y tranquila, y si la relación con su esposo no funciona como debe ser, es decir, si su esposo no se convierte a Cristo, no debes ser esclava de ese hombre.
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Pero primeramente las mujeres deben ocuparse de cumplir con lo que Dios quiere. Entonces, o se convierte su marido, o Dios se lo quitará para siempre.
La sociedad ha pervertido el modelo bíblico del hombre y la mujer. La televisión a invadido las casas, imponiendo como ídolos figuras reconocidas desplazando la palabra de Dios.
La mujer debe cuidar su vestir, su andar, como luce cada día. Muchas han sido influenciadas por las modas.
Si la mujer quiere comenzar a caminar con Dios, dirigiendose a las mujeres casadas con maridos incrédulos, «Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas» 1 Pedro 3:1.
Pero atención, la mujer tiene una naturaleza pecaminosa: la tendencia a ordenar, mandar, dirigir al hombre. Así nunca podrá alcanzar la paz y la armonía en su matrimonio si esto sucede.
La sumisión de la mujer al hombre no significa que debe ser esclavas al marido; sino permanecer sujeta al marido.
La mujer cristiana debe sujetarse al marido, pero debe saber cuando no debe ser participe de las obras de las tinieblas. Si el marido la obliga a cometer pecado, ella estaría violando las leyes morales. La mujer no puede ser infiel a Dios, siendo obligada a comerter inmoralidades. Debe entender cuales son los límites de la sujeción.
Fuente Familia Cristiana